miércoles, 15 de enero de 2014

El Olimpo de los Medios


 Hoy la realidad es diferente a la realidad conocida por nuestros padres y abuelos, hoy contiene un nuevo cielo y un nuevo infierno, nuevos héroes y villanos, nuevos paisajes, nuevos sentimientos, nuevos mensajes; sacados de lo más profundo de las mentes racionales. Existe un culpable; aquel aparato inerte y lleno de vida a la vez, aquel que se ha convertido en un miembro más de la familia, aquel que manipula a su antojo las mentes indefensas y susceptibles, aquel que se ha convertido en el dios terrenal al que todos admiran, necesitan y veneran; un invento del hombre para el hombre: la televisión.

La televisión como un magnífico adulador y gracias a la fuerza de las miles de imágenes que proyecta se adentra en el subconsciente de tontos e ingenuos humanos, quienes idiotizados modifican la percepción de la realidad para trasladarse a un mundo lleno de productos falsos e inútiles, cambiando lo cierto por lo falso, reemplazando padres e hijos por mercancías caras o baratas ofrecidas en charoles de oro y plata por aquel dios inerte al que todos miran.

La televisión al igual que Zeus, Tanatos, Dionisios o Baco, dioses pertenecientes a la mitología griega y a los cuales los griegos rendían culto y sacrificio, se congrega con otros medios para decidir y jugar con la vida de sus creadores mortales.

Los medios como dioses reunidos en el Olimpo platican, planifican y deciden la vida y el destino de los humanos; su mejor arma es la publicidad, aquella que hipnotiza por su perfección, su confianza, su elegancia y su contante permanencia; es la amante perfecta, es aquella agraciada prostituta que se exhibe, que seduce, que se vende a las afueras de un lujoso y barato burdel, al que cientos, miles y millones miran, desean y admiran; es simplemente un obsequio de los dioses, es una droga que enloquece, que alucina, que todos quieren probar.


La vida es corta y el mundo es inmenso, los humanos sucumben y los medios perduran. Pasaran los años y los medios seguirán ejerciendo su función de dioses entre los seres terrenales; algunas de sus víctimas morirán pero otras nacerán para hacer lo mismo que hacían sus ancestros: adorar y dejarse guiar por una falsa idolatría creada por los medios, que gustosos y satisfechos miran desde lo alto del Olimpo la obra que han creado. 

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