El día moría y con su muerte nacía la
noche, noche que sería la fiel compañera del viaje a Cuenca del quinto “f”
Comunicación Social. Poco a poco entre la luz artificial comenzaban a aparecer
los cuerpos y las sombras de los viajeros que acompañados de sus maletas y una
alegría pintada en sus rostros, la cual delataba la ilusión que tenían por tal
viaje.
Por unos minutos la impaciencia se hacía
presente, ya que el bus no llegaba, pero pronto ésta se acabó, el bus llegó al
lugar de partida; todos con gran entusiasmo corrieron hacia éste, sin ni
siquiera mirar atrás, todos subieron, pero aún faltaba una compañera más, por
lo que la inquietud y el nerviosismo comenzó a reinar en el interior de aquel
bus; la espera llegó a su fin y después de una plegaria al Dios creador, el bus
prendió los motores y partió con rumbo a la ciudad de Cuenca. Después de cinco
u ocho minutos de haber partido una llamada por celular alertó a todos, era la
compañera que faltaba, nuevamente el bus volvió a detenerse en espera de
aquella voz que decía que ya va a llegar; finalmente llegó.
El viaje continuó y fue toda una
travesía, los gritos, las risas, sonidos de guitarra, música de todo tipo y
hasta una que otra voz desafinada, hicieron que el interior de aquel bus se
convirtiera en una discoteca andante, poco a poco los dioses griegos “Baco” y
“Dionisios” tomaban posesión de los pobres mortales que estaban sumidos en la
euforia y el descontrol, dejando al descubierto sus más prohibidas e interiores
emociones. Con el transcurrir de los minutos y las horas la llama del
desenfreno poco a poco se iba apagando, ya que el sueño, el cansancio y la
ebriedad daban paso a algo de silencio y tranquilidad, pese a que todavía se
podían escuchar leves susurros de los considerados sobrios y “duros para
tumbar”.
La oscuridad daba paso a la claridad de
la fría mañana y con ella la llegada al destino final; la ciudad de Cuenca.
Caras manchadas, cuerpos decadentes, cabellos desordenados y despeinados fueron
las primeras imágenes que se podían observar, para pasar luego a algo más
agradable como casas de tipo colonial, espacios verdes, mujeres bellas y
lugares sin igual, todos en un mismo sitio “Cuenca”.
Después de haber recorrido calles y
avenidas, el lugar destinado para el hospedaje apareció, poniendo punto final
al éxodo.